En una entrevista concedida a la periodista Janet Flanner, Hitler relataba una experiencia que cambió la historia. Ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, de 1914-1918, cuando un joven cabo Adolf Hitler luchaba en las tropas alemanas como miles de jóvenes germanos. Una noche, como tantas otras, el futuro Führer de Alemania se encontraba en una trinchera con varios compañeros de milicia. Tras la cena se había retirado a descansar, y en medio de su duermevela, de pronto ocurrió lo impredecible.
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Según relataba Hitler a Janet Flanner «repentinamente pareció que una voz me decía levántate y vete allí. La voz era tan clara e insistente que automáticamente obedecí, como si se tratase de una orden militar. De inmediato me puse en pie y caminé unos veinte metros por la trinchera. Después me senté para seguir comiendo, con la mente otra vez tranquila. Apenas lo había hecho cuando, desde el lugar de la trinchera que acababa de abandonar, llegó un destello y un estampido ensordecedor. Acababa de estallar un obús perdido en medio del grupo donde había estado sentado; todos sus miembros murieron».
Si aquella misteriosa «voz interior» no hubiese advertido en sueños a Hitler, o si este no hubiese hecho caso a esa advertencia del destino, posiblemente la historia de Europa no sería la misma. Pero no fue la primera, ni la última vez, que la misteriosa «voz interior» guió los pasos del Führer. En 1936, en plena crisis política, Hitler definió con sus propias palabras su atípica estrategia política: «sigo el camino que me marca la Providencia con la precisión y la seguridad de un sonámbulo».
Para sus seguidores aquellas misteriosas voces de la Providencia han sido interpretadas como guías astrales, extraterrestres, los dioses de la mitología germana o el mismísimo Dios. El alcalde de Hamburgo lo dejó muy claro cuando, durante el congreso nazi de 1937 afirmó tajantemente: «Nos comunicamos directamente con Dios a través de Adolf Hitler. No necesitamos clérigos ni sacerdotes». ¿Era Hitler inspirado a través de sus sueños por alguna presencia invisible? Es posible. Pero al igual que Hitler infinidad de mandatarios, reyes, presidentes y líderes de todos los tiempos, han vivido similares revelaciones en sueños, que han hecho la historia tal y como la conocemos.
Sueños que marcan la historia
En 1419 en joven príncipe egipcio Tutmosis IV, hijo del faraón Tutmosis III vivió una extraña experiencia onírica, en los alrededores de Menfis. El príncipe había disfrutado de una jornada de caza, cuando de improviso el cansancio acumulado venció sus fuerzas y un profundo sueño le invadió. Recostado a la sombra de la gran Esfinge de Giza el futuro faraón se quedó dormido, y según narraría más tarde la mismísima esfinge se le apareció en sus sueños trasmitiéndole un mensaje: “Mi rostro te pertenece, mi corazón también. Sufro. La carga que pesa sobre mi me hará desaparecer. Sálvame, hijo mío. Si me quitas la arena que me cubre, haré de ti un rey”.
El príncipe, como era de esperar se despertó turbado, pero tomo buena nota de la insólita revelación, e inmediatamente ordenó una de las primeras restauraciones arqueológicas del emblemático monumento egipcio. Con aquella restauración, motivada por un sueño, quizás se salvó del olvido o de daños irreparables, el monumento más emblemático –junto con la Gran Pirámide de Keops- de todo el Egipto faraónico.
Muchos siglos después, el emperador romano Septimio Severo ordenó una segunda restauración de la esfinge, que continuaba existiendo gracias al sueño de Tutmosis. Y en 1818 el arqueólogo Caviglia descubrió la estela de granito rosa, de casi 4 metros de largo, que hoy se conserva entre las patas delanteras de la esfinge, y en la que se detalla el sueño de Tutmosis. Según los modernos egiptólogos, lo que Tutmosis pretendió conseguir con este sueño, era legitimar su derecho al trono. Sin el sueño, quizás la historia faraónica no sería la misma.
Pero el sueño del faraón es solo un ejemplo. Hay muchos más. Según relata el historiador Plutarco, en su obra “Vidas paralelas: Alejandro y César”, Alejandro Magno llevaba siete meses asediando la ciudad de Tiro, y a punto estaba de renunciar a conquistar la ciudad, cuando tubo un sueño que influiría definitivamente en sus decisiones políticas y militares. Esa noche el Emperador soñó con el héroe Hércules, quien le tendía la mano desde los muros de la ciudad sitiada. En otro sueño Alejandro Magno vio a un sátiro, un elemental de la naturaleza, que jugueteaba con él…
Los adivinos y augures que acompañaban al legendario conquistador interpretaron aquellos sueños como una premonición de victoria. Y asesorado por sus videntes, Alejandro decidió renovar los ataques hasta que, como había ocurrido en su sueño con Hércules, Tiro cayó y el Emperador pudo subirse a sus murallas para contemplar la ciudad conquistada. De no haber tendido aquel sueño, quizás habría desistido del asedio, y Tiro no habría caído.
También es pintoresco el caso de otro gran conquistador, que parece avalar la idea de que los sueños pueden predecir el futuro. Aníbal intentó apoderarse de una columna de oro, ubicada en el templo de la diosa Juno, ordenando que perforasen la pieza para constatar su composición áurea. Aquella misma noche el legendario Aníbal tuvo un sueño, en el que se le aparecía Juno –traducción latina de la diosa Hera- anunciándole que si persistía en su intento de profanación perdería uno de sus ojos. Aníbal desoyó la onírica premonición y persistió en su intento de llevarse la columna de oro. Durante la extracción de la misma sufrió un accidente y pedió uno de sus ojos.
Sueños para cambiar el destino
En la obra “Antología de las Leyendas Universales” el erudito Francisco Caudet Yarza relata como Carlomagno dormía placidamente cuando, en sueños, se le apareció un ángel rodeado de una aureola. El ángel, con el que Carlomagno soñó al menos en dos ocasiones, dio al Emperador una serie de indicaciones muy precisas. Indicaciones que Carlomagno, impresionado por el sueño, decidió seguir obedientemente.
Gracias a esos sueños Carlomagno conoce a Elgebasto, quien lo acompañará al castillo del conde Egerico, donde descubren una conspiración destinada a asesinar a Carlomagno. De no haber sido por aquel misterioso sueño, Carlomagno habría ignorado la conspiración, y habría sido víctima de la misma. Y con su muerte, la historia habría sido distinta.
Sin embargo no siempre los mandatarios pueden evitar el destino, pese a que este les conceda la oportunidad de alterarlo en sueños.
Justo veintidós días antes del magnicidio que acabaría con su existencia, el presidente norteamericano Abraham Lincoln tuvo un sueño que lo impresionó lo suficiente como para que lo comentase con su esposa, gracias a cuyo relato conocemos la existencia de esta premonición onírica.
Esa noche el presidente de EEUU soñó con unos lamentos y un alboroto que se producía en la Casa Blanca y que lo atraía hacia la sala oriental de la misma. Al llegar, Lincoln se encuentra con un grupo de personas que llenan la sala, y con muchos militares que velan un cadáver apesadumbrados. Al preguntar que ocurría le responden: “el presidente ha sido asesinado”. Inmediatamente Lincoln se despierta muy alterado. Le quedaban veintidós días de vida.
La ciencia soñada
Agust Kekulé, el científico nacido Darmstadt (Alemania), el 7 de septiembre de 1829, revolucionó la química orgánica con su descubrimiento de la estructura del benceno. Dicha estructura había sido un enigma durante mucho tiempo para los químicos.
Kekule sabía que el benceno tenía seis átomos de carbono, pero su comportamiento no coincidía con la idea de que los seis átomos estuviesen distribuidos en una cadena con las extremidades abiertas.
Una noche, de 1865, la respuesta le llegó durante un sueño. Kekulé vio una serpiente formada por seis partes, que bailaba ante sus ojos. En su danza, el animal movió la cabeza hacia un lado hasta llegar a su propia cola, mordiéndola fuertemente. En ese momento el anillo formado por la serpiente comenzó a girar rápidamente, haciendo que el químico se despierte muy impresionado por la experiencia.
Kekulé se dio cuenta entonces que la molécula de benceno no tenía una estructura abierta sino cerrada, lo que explicaba el resultado de los experimentos que había realizado en el laboratorio. Gracias a ese sueño Kekulé realizó su mayor descubrimiento científico, y la química orgánica dio un paso de gigante.
Muy similar es la experiencia del tenaz científico Dimitri Mendelev, descubridor de la tabla periódica de los elementos. Mendelev pasó a la posteridad por esta importantísima aportación a la química. Su capacidad de trabajo era legendaria, y su dedicación a la ciencia absoluta. Llegaba a pasar semanas enteras sin abandonar su laboratorio, fiel a su máxima de que el trabajo es la mejor garantía de éxito en cualquier empresa. Sin embargo, el descubrimiento que lo habría inmortal en la historia de la ciencia se produciría durante un sueño.
El científico llevaba meses trabajando en su gran obra: “Química Orgánica” y una noche, una de tantas noches en que se quedó dormido en su laboratorio, soñó con una estructura de tabla con columnas e hileras, y se vio a si mismo mas eufórico que nunca. La visión lo impresionó lo suficiente como para que, al despertar, escribiese en un papel lo que había soñado.
Aquella visión le permitió clarificar los miles de datos que tenía almacenados en su cerebro, fruto de su exhaustivo trabajo, ordenando los elementos químicos conocidos y llegando a predecir su peso atómico y las propiedades físicas y químicas de otros elementos desconocidos en la época, a los que reservo un espacio vacío en su famosa tabla.
Esas respuestas oníricas a un misterio científico, son más habituales de lo que podemos pesar.
Niels Bohr, científico nacido el 7 de octubre de 1885, contemporáneo y colega de Albert Einstein, dedicó toda su vida a la física. Bohr fue uno de los pioneros en el estudio de la energía atómica. Discípulo de Ernest Rutherford, perfeccionó las formulas de su mentor, corrigiendo algunos errores en los cálculos de Rutheford, sin embargo un enigma lo obsesionaba: ¿Cómo se podía comprender la pérdida de energía debida al movimiento de los electrones?
Los cálculos y experimentos de Bohr no conseguían resolver el misterio hasta que, de pronto, una noche de 1913, la solución le llegó en sueños. Bohr se vio a si mismo en un sol de gas ardiente, mientras los planetas pasaban silbando, sujetos al sol por finos filamentos que giraban a su alrededor. De pronto el gas se solidifico y los planetas y el sol se contrajeron. En ese instante el físico se despertó, interpretando el “Sol” como el centro fijo alrededor del cual giraban los electrones, y los filamentos de distinta longitud como una indicación de los niveles energéticos de los diferentes electrones. Este modelo, revelado en sueños, fue desarrollado por Bohr, permitiendo el establecimiento de la física atómica moderna, y sus aplicaciones tecnológicas.
Sin embargo la historia atómica ha tenido otras “revelaciones oníricas”. El mismísimo Robert Oppenheimer, cuyo nombre está asociado para siempre al Proyecto Manhatan –la construcción de la primera bomba atómica-, tuvo una revelación de crucial importancia, mientras dormía. Ocurrió en 1945. Sólo 36 horas antes de que se realizase una prueba atómica, Oppenheimer tuvo un sueño durante el cual vio que existía un error fatal en sus cálculos, pudiendo experimentar en su visión nocturna, las terribles consecuencias de aquel fallo. En su experiencia onírica, la prueba atómica, tal y como estaba prevista, se rebelaba catastrófica, ya que a la profundidad a la que estaba establecida la explosión, el peso del agua iba a frenar la detonación durante una fracción medible de tiempo, lo que provocaría un agrietamiento del planeta.
Al despertarse, Oppenheimer se puso inmediatamente en contacto con el presidente Truman para explicarle el error de la prueba y sus terribles consecuencias. La prueba fue pospuesta y los cálculos corregidos, y quizá gracias a ello se evitó una tragedia de consecuencias planetarias.
La inspiración que brotó de los sueños
Richard Wagner, el genial compositor, soñó buena parte de sus magníficas composiciones. En el caso de la magistral “Tristán e Isolda” Wagner llegó a decir: “Yo soñé todo esto, mi pobre cabeza nunca habría podido inventar semejante cosa intencionadamente”.
Lewis Carrol, pseudónimo de Charles Lutwidge Dodgson (1832-18989) era un anónimo, introvertido y solitario diácono, profesor de matemáticas en Oxford, hasta que escribió “Alicia en el país de las maravillas”, la obra más leída en la historia de la literatura inglesa (exceptuando a Shakespeare), otro ejemplo excelente de obra soñada.
En un artículo publicado en una revista femenina británica, Carrol escribía: “Todo el que ha tratado, como yo he hecho a menudo, de levantarse de la cama a las dos de la mañana en una noche de invierno, encender una vela y registrar algún feliz pensamiento que de otro modo probablemente habría olvidado, convendrá conmigo en que supone mucha incomodidad. Todo lo que tengo que hacer ahora, si me despierto y pienso en algo que quiero recordar, es sacar de debajo de la almohada un pequeño memorando que contiene mi nictógrafo, escribir unas pocas líneas, o hasta unas pocas páginas, sin siquiera sacar las manos fuera de las sábanas, poner otra vez el libro en su lugar y dormirme nuevamente”.
El nictógrafo era un mecanismo compuesto por una plantilla de cartón destinada a simplificar notas garabateadas en la oscuridad. Gracias a este invento Carrol no solo pudo extraer de sus sueños la inspiración de “Alicia en al país de las maravillas”, sino también para “Silvia y Bruno” (primera y segunda parte), a los que dedicó los últimos veinte años de su vida, y cuyo material literario estaba extraído íntegramente de los sueños de Carrol.
Muy similar era la técnica de Robert Louis Stevenson, autor de novelas como “La isla del tesoro” o “El Señor de Ballantrae”.
Stevenson también encontraba en los sueños la inspiración para sus novelas. Su primo Graham Belfour, autor de la primera biografía del genial novelista, escrita en 1901, resaltaba esta particular forma de trabajo. Según Belfour, su primo se pasó mucho tiempo buscando una idea para su novela más importante, hasta que una mañana se despertó muy excitado después de haberse pasado la noche envuelto en terribles visiones oníricas.
Aquellos sueños le dieron las primeras tres escenas de “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. El mismísimo Stevenson escribiría al respecto: “Había estado largo tiempo intentando encontrar una razón un camino que permitiera comprender la doble personalidad humana que deba a veces entrar y arrollar la mente de toda criatura pensante. Durante dos días estuve devanándome los sesos por cierto argumento; a la noche siguiente se me presentó la escena, en una de cuyas secuencias aparecía Hyde, perseguido por un crimen; en aquel momento quedó disfrazado de otra persona en presencia de sus perseguidores. El resto me fue fácil completarlo cuando desperté”.
Otro magnífico escritor, el genial Jorge Luis Borges, escribió de Stevenson, que tenía amaestrados a los pequeños y legendarios duendes escoceses llamados “brownies”, quienes, cuando soñaban, le sugerían los temas fantásticos de sus narraciones. Quizás ellos, los “brownies”, hayan sido los responsables de tantas y tantas ideas geniales, brotadas desde las entrañas de los sueños.
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