Fue en Colombia cuando, entre un grupo de místicos que se reunían para realizar pruebas chamánicas, me hablaron por primera vez de ella. “Hay un lugar, una waca sagrada, que sigue aún activa. Con la ceremonia adecuada, aún puedes oír hablar a los Apus…”.
Los asistentes entablaron una acalorada discusión sobre si se podían oír las voces del mas allá, de los muertos, de las almas, o de los espíritus. El que había hablado en primer lugar, aportó más datos acerca de ese misterioso lugar. “Yo estuve allí hace años, llegamos de noche y, tras un ritual y la invocación, escuché claramente unas voces que llegaban de la nada. Eran tan claras como las vuestras y todas ellas tenían sentido, un sentido claro. No hay dudas de que en ese lugar uno puede oír hablar a los espíritus. Lo llaman la Cueva de la Luna, y es un lugar que te llama para que te acerques hasta él”.
La discusión continuó y a mi se me quedó grabada aquella información. El anunciante no quiso dar más datos. Si era el tiempo y estabas preparado y, sobre todo, si lo necesitabas, algo te guiaría hasta esa misteriosa cueva. Así que no le di más vueltas y dejé los datos como una anécdota más. Pronto descubriría que eran mucho más importantes de lo que creía…
Perú, el país mágico
Había recibido una invitación del personal de Promperú y no lo dudé, me metí en el avión con la emoción de visitar uno de los pocos países que me quedaban por conocer de América. Nunca había estado allí y, sin embargo, me sentía maravillado por algunos de sus lugares míticos: Machu Pichu, el lago Titicaca, las llanuras de Nazca. Ahora estaba a pocas horas de poderlos visitar.
Llevábamos más de 8 horas de vuelo cuando el piloto nos avisó, de que estábamos sobrevolando el Amazonas. El espectáculo era increíble. Una inmensa alfombra verde llena de cauces de agua de un azul intenso, se mostraban bajo la silueta de nuestro avión. Una imagen que duró más de tres horas de vuelo. Era la bienvenida a un país único. A las pocas horas aterrizaba en Lima, la capital del Perú.
Allí me esperaban para preparar mi viaje hacia dos de las tres regiones del Perú. Y es que el país inca comprende tres grandes regiones naturales: la costa, los Andes o sierra y la floresta amazónica. Tenía poco tiempo y muchas ganas de conocer, así que enseguida me prepararon transporte para la costa. El destino: Ica, y sus fabulosas Pistas de Nazca. Si había algo en el mundo que en ese momento desease hacer era, por fin, después de decenas de años, poder conocer en primera persona las pistas de Nazca, ese lugar impresionante del cual tanto había oído hablar.
Los aviadores de Ica
Apenas llegué al aeródromo pregunte por Carlos, un comandante de aviación que había montado todo un dispositivo para ver las llanuras. Salió con las manos llenas de grasa y tras los saludos de rigor, enseguida me aceptaron como un miembro más de la familia. De hecho Carlitos, el comandante y dueño de las pistas de aterrizaje desde donde salen las avionetas que sobrevuelan la zona arqueológica, me pidió un poco de tiempo, el justo para despedir a un pequeño grupo de turistas que visitaba la zona. Después me invitó a comer con él y con otro grupo de pilotos de la base.
Su compañía fue todo un regalo. Escuchaba embelesado sus aventuras, sus descubrimientos, sus misiones de transporte por la selva amazónica. Aventuras que me hacían que se me cayera la baba de envidia. Carlitos, tras la comida, lo dispuso todo para que me llevaran a ver las famosas figuras de Nazca.
Él no podía volar ese día y encargó a uno de sus pilotos el vuelo. “¿Quieres ver las nuevas figuras que hemos descubierto hace poco?”-me preguntó- “Quiero verlo todo” –le contesté. “¿No te mareas?” -dijo preocupándose por mi salud- “En esa nueva zona hay que hacer unos cuantos viraje violentos y no nos gustaría que ensuciaras la avioneta, la que vas a llevar es nueva y no estaría bien”. “No te preocupes, voy a estar tan emocionado con el vuelo que no voy a poder sentir nada así des vueltas de campana con la avioneta” -le contesté-. Y nos pusimos en marcha.
A Walter, un pequeño mono mascota de la base que ya me había adoptado, no le gustó la idea de que le abandonara, y no se despegó de mí. A duras penas le soltaron de mi cuerpo y pude abordar el pequeño avión.
Tras media hora de vuelo, comenzaron a aparecer las primeras imágenes; el mono, la araña… Era fascinante ver aquellos dibujos que mi mente ya conocía gracias a los documentales de televisión. El piloto, Arturo, un joven comandante del ejército, vio mi cara de gozo y aprovecho para realizar unas cuantas acrobacias en el cielo. De pronto me dijo: “¿Quieres ver un extraterrestre? Este es diferente al resto de las figuras que conoces, esta marcado en la falda de una montaña”. Asentí y dio un tremendo viraje hacia la izquierda. Poco después me señalaba con la mano debajo de nosotros. Y allí estaba, una extraña y enigmática figura salida de la mitad de la roca de la montaña. Una especie de monigote saludando al espacio con una cabeza enorme.
“No sabemos lo que significa y le llamamos “el extraterrestre”. ¿A que se parece a ET?”. Asentí y aproveché para hacerle dos fotografías. “Ahora nos vamos a Palpa, son las líneas nuevas que hemos descubierto hace unos meses, estas no las conoce casi nadie”. Y hasta allí llegamos.
Una nueva serie de figuras apareció ante mis ojos. Eran semejantes a las de Nazca y a la vez, diferentes, llenaban toda la llanura y la montaña cercana y la sembraban de preguntas sin respuesta. ¿Quién se dedicó a realizar aquellas figuras gigantes en mitad de la nada?
Una nueva señal de Arturo y comenzamos nuestro regreso. Por ese día había calmado mi ansia de conocer y de ver misterios. Pero aún me quedaban muchas sorpresas en el Perú misterioso.
La Ciudad Perdida
Ya en la base, y mientras saboreaba un refresco que había preparado la abuela de Carlitos, surgió de nuevo la charla, y apareció un nuevo personaje. El jefe de mantenimiento del aeródromo, Guillermito, un piloto al que habían prohibido volar por oscuros motivos. Él fue quien acaparó toda mi atención.
“Llevo volando más de treinta años. He servido en el ejército y más tarde en la aviación comercial. Estuve con Erick Von Daniken sobrevolando las líneas y con el equipo de la película de Fitzcarraldo. Yo les servía las provisiones en mitad de la selva mientras rodaban la película. Aquellos si que estaban locos…”
Era una mezcla de demente aventurero y buscador de tesoros que se había pasado la vida sobrevolando el Amazonas en misiones tan arriesgadas como poco confesables, eso fue lo que al parecer le costo su título de piloto. No quise preguntarle más sobre el asunto, pero no resistí la tentación de preguntarle sí sabia algo sobre una ciudad perdida en la selva a la que llamaban el Pai Ti Ti. Enseguida obtuve su respuesta.
“¿Qué cuándo nos vamos hacia allá? Le pides una avioneta a Carlitos, parece que le has caído bien, y nos vamos mañana mismo. Sé el lugar exacto donde se encuentra esa maldita ciudad, la he sobrevolado en tres ocasiones. Esta perdida en mitad de la selva, a hora y media de vuelo de Machu Pichu, y cuando la ves te sobrecoge”. Embriagado por la charla, le pregunté porqué.
“Una vez que has salido del Machu Pichu, a menos de una hora de vuelo, ya comienzas a ver extrañas construcciones tragadas por la selva. Un poco más allá, se te caen los calzoncillos al sobrevolar la zona. Hay tres pirámides gigantes que destacan por encima de los árboles de la selva y lo que se adivina allá abajo es tremendo. Debió ser un lugar gigantesco. Lo que no comprendo es como el ejército Peruano no ha entrado aún en la zona.
Nosotros tenemos el lugar situado por el aire, por tierra es imposible llegar hasta él y, no existe ni un solo claro en mas de 200 kilómetros para poder aterrizar, a no ser que te tires en paracaídas es imposible acceder al lugar, ni siquiera con helicópteros, no hay forma humana de posarse allí, por eso se conserva aún intacta. Pero si estas tan loco como parece, si quieres, montamos una expedición y te la enseño desde el aire… esta en tu mano”.
Era una oferta tentadora, pero no estaba preparado para el viaje, no tenía ni el tiempo, ni el material necesario para poder hacerlo en esa ocasión, así que le hice prometer a Guille que no olvidara su ofrecimiento para mi próximo viaje.“Eso esta hecho, porque nos volveremos a ver, seguro… ya eres de la familia y te espero más veces por aquí, pero ahora ven, vamos a cenar, quiero que conozcas al resto de los muchachos. Pero antes debes despedirte de Carlitos que se va a Lima a buscar equipos de repuestos nuevos que nos llegan de Alemania”.
Así lo hice. Me despedí del comandante y quedé en compañía de un grupo de visionarios locos, aviadores, que eran los dueños de los cielos de las pistas de Nazca.
La cena transcurrió llena de aventuras, de anécdotas, de vivencias de viejos y jóvenes pilotos. Algunos de ellos ya se aburrían de transportar a turistas rollizos, llegados de todo el mundo para ver las líneas, y estarían dispuestos a nuevas aventuras de descubrimiento, así que trazamos un plan para visitar ese lugar mágico y desconocido que era el Pai Ti Ti. La charla continuó ruidosa hasta que alguien habló de una misteriosa cueva. “¿Cómo?” -pregunté enseguida-. “Sí” -Contestó Ortiz, un piloto ya maduro-. “Hay una cueva cerca de la fortaleza de Sacsaguaman, en la que puedes oír las voces de los Apus, de los espíritus. No es muy conocida, pero es fácil llegar a ella si convences a los nativos de la zona para que te guíen hasta el lugar”.
Sonaba igual que la historia que me habían contado en Colombia; una Cueva en la que se oían las voces de los Apus. Y ahora estaba mucho más cerca de ella de lo que nunca hubiera imaginado. Me despedí de mis compañeros tras unas jornadas en las que me sentí parte de aquella familia y, de nuevo, con la promesa del reencuentro, partí hacia Lima. Al llegar a la capital ya tenía dispuesto mi nuevo transporte hacia la capital imperial de los Incas. Cuzco sería mi nuevo destino.
Cuzco, el Centro del Mundo
Nada más descender del avión sentí esa extraña sensación. Cuzco, la antigua capital del imperio de los Incas, esta situada a 3.467 metros sobre el nivel del mar y la altura se siente en los cuerpos que no están habituados. Me aconsejaron descansar toda la mañana hasta que me acostumbrase a la nueva sensación. Por la tarde, un poco mas recuperado, aunque con un intenso dolor de cabeza y una fatiga crónica que me impedía moverme con libertad, comencé a descubrir la ciudad.
Cuzco, fue la mítica capital del Imperio Incaico, ciudad imperial y, según cuenta la leyenda, fue fundada en el siglo XI o XII, cuando el primer Inca, Manco Cápac, funda “El Cusco” cumpliendo un mandato del Dios Sol.
Toda la ciudad tiene un aire de misterio, sus calles empedradas y los gigantescos muros de sus casas parecen parados en el tiempo esperando el momento de sacar a la luz sus misterios. Tras un paseo nocturno por la capital me fui a dormir. Al día siguiente, recuperado del mal de altura, estaba listo para conocer un poco la historia de la ciudad sagrada de los Incas. Y así ocurrió. En muchas partes del mundo las cosas suceden “mágicamente” y en Perú esto se eleva a la enésima potencia. Si “te dejas llevar” es frecuente que pronto encuentres respuesta a tus preguntas.
Caminaba por la plaza de Cuzco admirando los monumentos, sin rumbo fijo, cuando apareció un curioso personaje. Cubierto con el típico atuendo de los montañeses se dirigió a mí y me dijo: “Estas en la ciudad sagrada, en el ombligo del mundo, éstas piedras que ahora contemplas fueron un día el centro del imperio inca”. Como no tenía prisa decidí tomar mi primera lección de historia de boca de aquel extraño individuo.
“El imperio Inca fue uno de los mas grandes imperios del continente americano. Sus dominios se extendían desde el norte del Ecuador a la parte central de Chile y desde los Andes hasta la parte meridional de Colombia en la costa. Toda la historia de los Incas se basa en la presencia de extraños dioses que les ayudaron en su desarrollo y les mostraron el camino a seguir”.
Mientras le escuchaba pensaba sí serian Dioses o seres venidos de lejanas galaxias. En pocos lugares del mundo uno se llega a sentir tan cerca de esas “extrañas entidades” celestes llegadas del más allá como en esta región. “A la tarde, si lo deseas, podré mostrarte algunos lugares de interés donde podrás sentir el poder del mundo Inca”. Había algo en aquel tipo menudo y tímido que inspiraba confianza, así que fijé la cita y me retiré.
Sacsayuaman, la Fortaleza de los Gigantes
A las cuatro de la tarde Ernesto, mi nuevo guía, apareció en la Plaza de Armas de la ciudad. Tenía todo listo para mi nueva visita; nuestro destino: La fortaleza de Sacsayuaman, justo encima de la ciudad.
Hasta allí subimos caminando por calles empedradas, mientras me asombraba de las curiosas construcciones pétreas. Al llegar a la cima tuve una vista alucinante de la ciudad. Según muchos de los estudios realizados acerca de la configuración de las construcciones incas se afirma que estos modelaban sus ciudades como la silueta de ciertos animales sagrados para ellos. Así, Cuzco tiene, en su trazado, la forma de un Puma. Su cuerpo es la ciudad propiamente y la cabeza la conforma la fortaleza de Sacsayuaman. Desde esa perspectiva me daba cuenta de esa extraña forma de Puma. Y allí mismo, donde ahora me encontraba, estaba la cabeza. De hecho Sacsayuaman significaba precisamente eso, “cabeza jaspeada”.
Sacsayuaman es uno de los complejos arquitectónicos más imponentes de la humanidad. De acuerdo a la historia, su construcción fue iniciada por el noveno Inca, Pachakuteq, su construcción duró unos 50 años, hasta el período de Wayna Qhapaq, y se asegura que para su construcción se mandaron venir veinte mil hombres. Y entre tanta maravilla, lo que más llamaba la atención eran esos gigantescos bloques de piedra con que estaba construida la fortaleza. Hay uno que tiene una altura de 8.5 m. y pesa unas 190 tonelada ¿quién o qué fue capaz de levantar aquellas piedras gigantes y realizar aquella tremenda construcción? Ernesto, me ayudó a responder algunas de mis dudas.
“Hace unas semanas, allá abajo, en la Plaza de Armas de Cuzco, apareció la respuesta a eso que te preguntas. Se trataba de un hombre vestido con ropas antiguas y pieles, llegó a la ciudad sin dinero, venía a cambiar objetos antiguos por provisiones. Y, ¿sabes lo que era más extraño? Que media dos metros y cuarenta centímetros. Cualquiera de nosotros a su lado era un enano. Su visita provocó tanta expectación que le hicieron multitud de fotografías. Igual que llegó, se fue, y ¿sabes quien era? Uno de los gigantes, uno de esos seres que esperan en las montañas el regreso, era uno de los descendientes de los seres que movieron esas enormes piedras”. Confundido, escuché su explicación y guardé silencio.
“Las leyendas de mi tierra dicen que los gigantes, algunos les llaman wamani, pues están alojados en la parte más alta de la montaña, están esperando a que la humanidad evolucione lo suficiente como para que ellos puedan encarnar en cuerpos adecuadamente fuertes que aguanten su vibración. Las montañas y los volcanes, con sus potentes campos electro-magnéticos, mantienen a estas entidades invisibles.
Se les llama con diversos nombres: jahuayhuma (cabeza voladora), o se les tilda de demonios: sakhra, supay, muki. Los apurimachay (los que hacen hablar al Apu) relatan ahora que los dioses están regresando acá como personas. Esos gigantes están despiertos ya, y de vez en cuando bajan a la ciudad y se dejan ver. Ellos son la primera señal de que los Apus ya han comenzado a hablar. Y aquí, muy cerca de estas ruinas, hay un lugar donde puedes escuchar sus voces. Lo llaman la Cueva de la Luna. ¿Quieres visitarla?”
¡Una nueva casualidad! Todo en ese viaje me guiaba hacia ese extraño lugar, y ahora parecía estar mas cerca. ¿Era una casualidad? La casualidad es la forma en la que Dios habla cuando no deja su firma. Sin dudarlo, me dejé llevar y puse rumbo a mi nuevo destino.
La Cueva de la Luna
Ernesto había conseguido unos caballos que nos llevarían hasta la zona, un complejo arqueológico poco visitado por los turistas. Se trataba de: Salonpunku. El lugar también es conocido como el «Templo de la Luna» o «Cueva del Mono»; se encuentra sobre el antiguo Camino Inca que conducía hacia el Antisuyo, y seguramente también fue una de las «Wakas» o adoratorios mágicos mas importantes de su tiempo.
Se trataba de un conjunto de rocas natural que había sido aprovechado, en mitad de la nada, para crear un templo mágico. Había figuras de animales sagrados tallados en la roca, monos, serpientes, y todo funcionaba como un observatorio lunar. Había una especie de falla natural que cortaba en dos la piedra y, en el medio, se formaba una cueva en la que se habían tallado alacenas para guardar objetos. Por encima de la gruta había una pequeña abertura y, la media noche de la luna llena más cercana al solsticio de invierno, el interior de la cueva se iluminaba de una forma casi mágica.
Ernesto, aquel personaje humilde que me había conseguido el caballo, y que me mostró el camino hacia esa extraña cueva de la que tanto había oído hablar, se transformó al entrar en el lugar. Muchas veces había visto esa transmutación en seres de diferentes países. Seres humildes, hasta acomplejados frente a la civilización occidental, que, de repente, cuando entran en su mundo, en sus creencias, en sus rituales, se transforman de pronto y se convierten en gigantes, en seres poderosos.
Algo así le pasó a mi acompañante, de pronto, aquel pobre tímido, se transformó, su semblante se llenó de luz y su porte aumentó. A partir de ese momento sus palabras sonaron más poderosas.
“Este lugar ha sido utilizado desde hace siglos para comunicar con el mundo de Urin Pacha. El mundo de abajo. Este es el lugar donde puedes oír hablar a los Apus. Pocos son los que poseen el secreto, pero si lo deseas, esta noche podrás sentirlo tu mismo”.
La promesa sonaba tentadora. El atardecer llegaba y no tendría que esperar mucho, dejé que mi caballo pastase tranquilamente y me dediqué a sestear en la fresca hierba hasta que llegara el momento. Era noche de luna casi llena, y la vi salir majestuosa, tiñendo todo el cielo de un rojo intenso. Ernesto, sacó una bolsa de su zurrón y comenzó a esparcir sobre el suelo, donde previamente había puesto un manto, unas hierbas y polvos.
En aquella mesa de chamán improvisada, comenzaban a aparecer los elementos del universo mágico necesarios para establecer el contacto con el inframundo. El mundo de los muertos que esperaban la comunicación. Ernesto continuó con su trabajo. Encendió una pequeña vela que dio algo de luz a aquella escena. De pronto, me pidió que me arrodillase, me restregó unas hierbas perfumadas, ungió mi cabeza con unos aceites y me invitó a caminar tras él. Así lo hice.
Poco a poco, fuimos a cercándonos al interior de aquella waca. El silencio lo llenaba todo, los últimos campesinos hacía ya rato que habían abandonado el lugar, sólo quedábamos Ernesto, nuestros caballos, la noche y yo.
De pronto, cuando comenzamos a internarnos en medio de la roca pude sentir un susurro. ¿Lo sientes?– me dijo Ernesto-. Era casi imperceptible. Asentí con la cabeza y continuamos internándonos en la roca. Una vez dentro de la cueva, en el hueco más amplio y alumbrados por el resplandor de la pequeña vela, me hizo sentarme y esperar. No tardó mucho en mostrarse el fenómeno que esperaba.
Mientras Ernesto frotaba de nuevo las hierbas y rezaba una letanía en voz baja, un nuevo susurro, esta vez mas intenso, se sintió entre las paredes de piedra. Era tan intenso, tan vivo, que me puso los pelos de punta. Ernesto y yo nos miramos, él asintió, y por primera vez sentí en su rostro inquietud y temor. En voz baja me dijo: “Hay que tener cuidado, no siempre son buenos los espíritus que se muestran en este altar, hay ocasiones en que entidades atormentadas salen a la tierra a perturbar a los humanos, ¿tienes miedo?” Le respondí que no, aunque estuve a punto de echar a correr.
Continuó con su letanía y la voz se hizo aún más intensa. Al principio era sólo una, luego se unió otra más, y al rato era todo un coro de voces diversas y fantasmagóricas las que llenaban aquel recinto. Asombrado, trataba de buscar una explicación a aquel fenómeno. ¿El viento que se cuela entre las rendijas de la piedra, una alucinación, o será verdad que estoy oyendo esas voces? Ernesto enseguida me dio la respuesta.
“Son las voces de mis hermanos… ellos esperan el momento de renacer. El mundo de abajo esta listo para salir a la superficie y divulgar los misterios, es el momento de revivir nuestra tradición y dejar que el Inca se manifieste”.
Aquellas aseveraciones parecieron gustar a las voces que rugieron más intensamente. Como pude, acerqué mi espalda a la roca, parecía que de un momento a otro las voces iban a tomar forma y acabarían manifestándose allí mismo. La vela se iba consumiendo y todo se llenaba de sombras cuando, de repente, un rayo de luz de la luna iluminó la estancia de la caverna. En ese momento, Ernesto apagó la vela.
Un nuevo coro de voces volvió a manifestarse. Todo parecía rugir en medio de aquélla catedral de piedra. La luna iluminaba toda la estancia, y Ernesto saludó a los moradores de aquel lugar e hizo que me levantara. La ceremonia, la demostración, había concluido.
“Podría ser peligroso estar mas tiempo, algunas veces, las voces no sólo suenan, sino que toman forma y se hacen visibles a los humanos. En ese momento hay que estar muy cuerdo, muy equilibrado para ver lo que no es visible. Por hoy ya está bien, es mejor que nos vayamos ahora”.
Aturdido y con ganas de más, le hice caso y en silencio salí de la gruta. Afuera la noche ya había llenado el cielo de estrellas mientras el resplandor de la luna lo llenaba todo. Monté en mi caballo y me dejé llevar hasta la ciudad mientras paseaba por el medio de las ruinas de la gran fortaleza inca, en ese momento poblada por sombras y quien sabe si por otras voces del pasado que esperaban ser oídas. Al llegar a la Plaza de Armas, Esteban me dio su mano llena de callos y sonrió. Antes de partir, aún me dijo algo más.
“En 1992 se inició un Pachacuti positivo. La leyenda señala que vendrán los chakarunas, los hombres-puente, que reivindicarán la tradición andina, pero fusionada con lo mejor del legado español. Sobretodo, serán mujeres las que reactiven el cambio. El tiempo del Taki Onkoy ha terminado y ha empezado el tiempo del Inkarri. Comenzarán a reaparecer ciudadelas andinas ocultas por siglos, como Caral, la ciudad más antigua del mundo. No obstante, eso sólo sera el principio, pues se encontrarán muchos más Machus Pichus y Carales, pero, lo más importante será el descubrimiento de las bibliotecas incas y el renacimiento de mi pueblo”.
No dijo nada más, no quiso nada mas. Sólo mi cara de asombro por lo que había vivido esa noche fue su recompensa. Sin saber que era exactamente lo que había ocurrido caminé hasta el hotel y procuré dormir un poco, sin tratar de buscar demasiadas explicaciones. En aquel país aún me esperaban muchos lugares por descubrir, el misterio del lago Titicaca y su puerta dimensional, el Aramu Muro, o la ciudad dormida del Machu Pichu. O el mundo perdido de Kuelab una fabulosa ciudad perdida en mitad de la selva… pero esa ya es otra historia…
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